martes, 12 de diciembre de 2017

...Helia y Galgodragón...

Helia había crecido sola en el bosque, si es que puede decirse tal cosa cuando vives rodeada de quién sabe cuantas criaturas extrañas y esquivas... Sus enormes ojos de color turquesa se habían acostumbrado a encontrar entre la maleza los pequeños frutos silvestres de los que se alimentaba, y apenas se permitía el lujo de pestañear, pues en sus planes no entraba la idea de ser la merienda de quien sabe qué bestia salvaje. Con el pellejo de un Kuith se había confeccionado un mono que la protegía del frío nocturno y le ayudaba a mimetizarse con el entorno. Helia no sabía cual era su origen. Su memoria no alcanzaba más allá de dos o tres inviernos atrás. Y ya por entonces se encontraba sola. 

Quizás por eso, por recordarse siempre sola, la mañana que encontró aquel cachorro huidizo decidió perdonarle la vida y al menos así tendría un amigo. Era una extraña mezcla entre podenco y reptil, de afiladas patas y orejas largas, cuya piel estaba cubierta de duras escamas plateadas y pardas y de una afilada columna de huesos que llegaban desde su hocico hasta la punta de su cola. 

Helia y Galgodragón formaron, con el tiempo, una sociedad perfecta. Él la transportaba largas distancias por la espesura, galopando con sus pequeñas pezuñas entre las zarzas y ampliando así su coto de caza. Ella le rascaba la tripa a demanda, a cualquier hora del día o de la noche, y le dejaba roer los huesos sobrantes del banquete.

Helia y Galgodragón. Lápiz de color acuarelable. 21x29 cm.


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