Quizás por eso, por recordarse siempre sola, la mañana que encontró aquel cachorro huidizo decidió perdonarle la vida y al menos así tendría un amigo. Era una extraña mezcla entre podenco y reptil, de afiladas patas y orejas largas, cuya piel estaba cubierta de duras escamas plateadas y pardas y de una afilada columna de huesos que llegaban desde su hocico hasta la punta de su cola.
Helia y Galgodragón formaron, con el tiempo, una sociedad perfecta. Él la transportaba largas distancias por la espesura, galopando con sus pequeñas pezuñas entre las zarzas y ampliando así su coto de caza. Ella le rascaba la tripa a demanda, a cualquier hora del día o de la noche, y le dejaba roer los huesos sobrantes del banquete.
Helia y Galgodragón. Lápiz de color acuarelable. 21x29 cm. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario